viernes, 15 de diciembre de 2017
CAPITULO 28 (SEGUNDA HISTORIA)
Liliana sirve la cena y yo sigo hablando de cosas sin importancia, del trabajo, de algunas anécdotas graciosas...
El postre llega, evito los roces de piernas por debajo del mantel. Sé que es Pedro porque cada contacto casual prende en mí la mecha.
Decido ignorarlo y perderme en el sabor de la tarta casera de chocolate blanco y negro que ha preparado Liliana. El chocolate, ¿qué mejor sustituto?
Está deliciosa. Cuando acaba el postre salimos un rato a la terraza a disfrutar de la noche.
Tienen unas vistas espectaculares .
La brisa eriza el vello de mi piel. La noche es fresca. Me acerco a la barandilla a contemplar la luna, qué esta noche es mas grande de lo normal o eso me parece a mí y brilla con una extraña luz amarilla.
—Preciosa —escucho a Pedro.
—¿Perdón? —contesto para evitar una situación incómoda.
—Preciosa. La luna, ¿verdad?
—Sí, lo es.
—Parece que tienes frio.
—Con las prisas olvide coger una chaqueta.
—Siempre te olvidas —me riñe en voz baja, mientras me embriaga su cercanía. De nuevo pone su chaqueta sobre mis hombros.
Ahora, tendré de nuevo su olor grabado en mí, durante días. ¿Es que nunca me voy a deshacer de su aroma?
Nos sentamos e Liliana me dirige una mirada interrogante. Ella sabe que algo pasa, pero es prudente y sabe que debemos de hablar de ello en otro momento.
— Mañana —dice Liliana —tengo libre la hora del almuerzo. Pásate y comemos juntas Paula— casi me ordena.
—Esta bien, iré a verte. ¿Se lo dirás a Carmen?
—No puede, esta semana tiene la agenda a tope.
—Que pena, me apetecía verla también.
Miro el reloj, no quiero ser desagradable pero quiero irme ya, no me siento cómoda con tantos ojos sobre mí.
—Bueno he de irme, mañana trabajo temprano.
— ¿Tan pronto? — se queja Liliana.
—Sí, lo siento Liliana. Gracias por todo, la cena estaba deliciosa cada vez te superas más.
—Ha sido mérito de Rodrigo — responde la aludida.
—¿Tú? No puedo creerlo — digo sonriendo.
—Está aprendiendo a cocinar — se jacta Liliana.
—Pues lo estás haciendo muy bien.
—Tú también deberías... — me riñe — . Cada vez estás más delgada.
—Sí, es verdad. Quizás me puedas pasar una receta — digo sonriendo.
— O tal vez — interrumpe Rodrigo — te pueda enseñar Alfonso, es un gran chef.
—¿Ah, sí? ¿Por qué no me sorprende? Al parecer todo se la da bien — digo irónica.
—Yo estaría más que encantado — dice con la voz burlona.
—Bueno, quizás algún día —dejo caer sin más —. Buenas noches a todos.
—Espera, yo también me voy ya.
—No es necesario... de verdad — digo quejosa, no voy a deshacerme de él.
—Si de todos modos estos dos quieren intimidad —codea a Rodrigo.
—Bueno gracias por todo y hasta mañana.
Los dos nos despedimos de nuestros anfitriones y dejamos que la puerta se cierre tras nosotros.
No quiero permanecer a su lado, así que le digo adiós y bajo las escaleras de dos en dos, con la dificultad añadida que supone llevar tacones. Me descalzo para ir más rápido.
—¡Oye! Paula, espera —en un segundo está a mi lado —. ¿Por qué huyes?
—No estoy de humor para ascensores —replico.
Él sonríe, sin duda recordando mi arrebato del ascensor.
—Bueno, no me importaría que me atacases de nuevo.
—Eso no volverá a suceder —musito airada.
—¿Por qué?
— ¿Por qué, qué?
—¿Por qué no?¿No te gustó? Porque pensaba que habías disfrutado mucho —susurra muy cerca de mi oído. Me ha acorralado contra la pared y noto su aroma aturdiéndome.
—Aléjate —consigo decir.
—No, hasta que me digas qué te pasa. ¿Por qué no quieres verme? Antes había un novio,¿pero ahora? Ahora estas libre.
—No, no lo estoy.
—¿No lo estás? ¿Qué demonios significa eso? ¿Has vuelto con ese cabrón que te hizo llorar? ¿El mismo imbécil que te dejo plantada en el aeropuerto durante horas? No puede ser que le hayas perdonado, esperaba más de ti.
— Primero, no se por qué deberías de esperar nada de mí, segundo, no le he perdonado y tercero, no salgo con nadie porque no quiero y no me apetece. Menos contigo.
— ¿Menos conmigo? ¿Cómo debería tomarme eso?
— Pues cómo te apetezca. Verás, Pedro, por muy atractivo que me parezcas no soy lo que tú necesitas. No quiero algo a largo plazo ahora mismo, pero tampoco voy a pasar una noche más contigo.
—Entiendo, pero tu amiga Carmen si estaría bien conmigo...
—Bueno, a ella no le falta nada según tus cánones de belleza. Además, Carmen es como un pájaro. Libre. No desea ataduras. Quizás con suerte te regalase una noche, pero nada más. Perfecto para ambos.
—No sabes nada de mí o sobre mis gustos, no deberías juzgarme.
—No pretendí ofenderte, ni juzgarte. Lo siento, tienes razón ha estado fuera de lugar. Ahora, deja que me vaya. Por favor —necesitaba alejarme de él, llenar el espacio a mi alrededor de su ausencia o de nuevo iba a arrastrarme a su mundo. Ese en el que mi cuerpo se olvidaba incluso de mí misma y solo, es capaz de distinguirle a él.
Se aleja de mí y siento que le he herido, algo que he hecho o dicho no le ha gustado.
Comienzo a bajar las escaleras pero su mano de nuevo me retiene.
—Paula, como es probable que no volvamos a vernos quiero decirte algo.
Le miro con los ojos dilatados por la sorpresa preguntándome qué querrá decirme.
—Tú, eres exactamente mi tipo —y su boca, se traga mi protesta dejándome sin aliento, sin habla, sin control sobre mí, solo la lujuria despertando todos mis instintos, haciendo que de nuevo quiera vivir, sentir.
Por un momento, olvido todo mis inseguridades, a Hector y su nueva vida, tan solo somos él y yo, dos personas que se siente atraídas la una por la otra sin tener muy claro el por qué.
Un ruido, cómo de una puerta al cerrarse me sacude y hace que mi parte racional, aflore.
Me aparto bruscamente, alejándome. Dejándole sin aliento y contrariado pero sigo con mi marcha por las escaleras.
Al llegar hasta mi coche las lágrimas ruedan por mis heladas mejillas. Trato de sacar las llaves del coche del maldito bolso pero las manos me tiemblan.
—Deja, te ayudo —dice con la voz seria.
Miro a través de mis pestañas, rezando para que el rimel haya hecho una cortina gruesa y no vea observarlo.
Este hombre me saca de quicio, es insolente, maleducado e irresistible, muy a mi pesar.
—Parece, piernas largas — dice con su voz de soy yo el macho ibérico por excelencia — que siempre tengo que rescatarte.
Al oír esas `palabras el corazón me da un vuelco y la ira nace en mi vientre caldeada por el deseo que me despierta.
—No necesito que me rescates —pronuncio despacio cada sílaba de las palabras, para que le quede muy claro mientras trato de recuperar mi bolso de sus manos.
Durante el forcejeo mi pie enclaustrado en el tacón, no puede resistir el envite y pierdo el equilibrio.
Suelto un gemido por lo inesperado y por el dolor que me atraviesa la pierna hasta llegar a mi cerebro.
No llego a caer, sus manos fuertes me asen por la cintura, acercándome a él.
—¿Estás bien? —pregunta con la voz suave.
—No, no lo estoy — digo tratando de controlar las lágrimas.
—Chissss — me consuela, mientras ágilmente me sube sobre el capó del coche. —Déjame ver, todo estará bien ahora yo estoy contigo.
Debo indignarme, lo deseo. Quiero callar su estúpida boca pero con la mía. Y ese pensamiento me frustra más porque quiero, necesito odiarle por su forma de ser arrolladora, pero no puedo pensar en nada más que en los sentimientos que crecen en mí, el deseo, la atracción y la calidez que se condensan en mi interior.
Sus manos se pasean por la fina tela de las medias, descalzándome. Después acaricia mi tobillo, de una manera sensual que me hace humedecer de nuevo la entrepierna.
—Parece que solo ha sido el susto, pero estarás bien. No noto inflamación —susurra muy cerca, mientras sus dedos causan estragos en mi piel, que burbujea por el calor que despierta en mí.
He de detener esto o al final voy a entregarme a él en la calle y sobre el capó de un coche y la verdad, no me parece lo más apropiado.
—No necesito que me rescaten — reitero con el tono más duro que puedo.
—Quizás —susurra de nuevo mientras su mano libre se apoyaba en mi nuca y su cuerpo se acercaba más al mio — yo sí.
Y de nuevo mi boca está bajo la suya. No deseo que esto suceda pero él es insistente y sus besos saben tan bien que solo deseo besarle hasta desdibujar ese labio superior tan bien delineado.
Su lengua acaricia mi boca y puedo saborearle por completo.
Esta vez el beso es más dulce, tranquilo, intenso y profundo y consigue que mi cuerpo vibre, incluso en lugares desconocidos para mí.
Apoyo mis manos sobre su pecho dejando que su fuerza me deleite. Cada vez que se mueve mis manos perciben sus bien definidos músculos ocultos por el jersey y la cazadora.
Unos pasos a nuestro lado y un silbido animándolo a rematar la faena, tienen el mismo efecto balsámico en mi cuerpo que un cubo de agua helada sobre mi cabeza.
Le aparto de mí un poco. El sonríe mientras se apoya en mi frente.
Puedo oír su corazón latiendo estrepitoso y acelerado y su jadeo irregular. El parece tan afectado por ese beso como yo lo estoy.
—No puedo —digo.
—¿Por qué? —pregunta —. Al menos, contéstame — exige.
—No estoy preparada — contesto.
—¿Preparada? ¿Para qué? — pregunta perdido.
—Para lo que quiera que sea esto. Para ti.
—¿No estás preparada para mí? ¿Qué te asusta? ¿Que te prometa casarme contigo y te deje tirada de nuevo? —pregunta con la voz confundida entre el deseo y la ira.
Su comentario me hiere, él es prácticamente un desconocido pero nos hemos visto envueltos en una sucesión de acontecimientos que nos han involucrado el uno con el otro sin evitarlo y sin poder negarnos.
La ira me ciega esa furia que siempre me ha caracterizado la misma que acabé apagando por Hector y el filtro que he conseguido tejer con el paso de los años cae dejando mi lengua suelta y sin pensar en las consecuencias.
— Tengo miedo de ti, de que un tipo como tú, engreído, arrogante y maleducado, haga que me estremezca como nunca antes. No me gusta estar todo el día pensando en ti, sin apenas conocerte y odio, que tus besos me gusten tanto y me sepan tan bien pero lo que menos me gusta por encima de todo, es que seas tú, el que me hace sentir tanto — solté enfurecida.
— ¿Sabes Paula?—dice con la mirada brillante por la ira — . A mí, sí me gusta que tú me hagas sentir así, las manos húmedas, el corazón a mil y sin aliento por un simple beso. Y me confunde, que desde que te conocí no haya podido estar, ni tan siquiera mirar a ninguna otra mujer. Lo que no me gusta, es que tú niegues que te sientes tan atraída por mí como yo por ti, que no quieras reconocer que estás deseándolo.
Le miro sorprendida, ¿se está declarando? Eso al menos parece a pesar de su tono de enfado, él está diciendo que piensa en mí tanto como yo en él.
Es de locos y sé que no debo, aún así pregunto.
—¿Qué estoy deseando y no reconozco? — . Sigo sentada sobre el capó, mis piernas entreabiertas y él justo entre ellas, noto el calor que su cuerpo desprende y cada vez que sus muslos me rozan miles de pequeñas descargas encienden mi sexo.
—Que te folle — dice mientras de nuevo su lengua se funde con la mía.
Quiero revelarme, protestar por la forma de hablarme pero algo dentro de mí salta de alegría, de liberación, sí, eso deseo pero no soy capaz de reconocerlo.
No puedo sé que él, con su mirada profunda de destellos plateados y su cuerpo perfecto y su manera libre y desenfadada de ver la vida, va a arruinar la mía para siempre.
Me veo con fuerzas para superar lo de Hector al fin y al cabo, no seguimos juntos. Ahora debo asumir que nuestras vidas pasearían por separado. Sé que la boda es lo que se esperaba de nuestra larga relación, sin embargo si el me rompe el corazón me temo que no voy a ser capaz de recuperarlo nunca. Jamás. Y eso no puedo permitírmelo. Así que de nuevo lo aparto de mí y bajo del capó del coche, descalza de un pié.
—Por favor — susurro — necesito irme.
—Esta bien Paula —suspira cerca de mi boca, dejando que su aroma me atolondrase de nuevo -te dejaré ir pero no voy a rendirme, no lo haré hasta que no me supliques que te devore y cuando lo hayas hecho, quiero oírte suplicar de nuevo, quiero que me ruegues que te devore otra vez, porque no olvides nunca que nuestros corazones están encadenados y esas cadenas, son fuertes y resistentes, como lo que siento por ti.
Con un beso profundo, largo y sensual que derrite el frío que queda en mi cuerpo, se despide.
No se molesta en mirar atrás. Se abrocha su chaqueta, se coloca el casco y arranca su estrepitosa moto, saliendo a todo gas y levantando la rueda delantera.
Mi mano permanece acariciando mis labios, inflamados por sus besos, calientes por el deseo. Mi corazón perdido en los sentimientos que despierta en mí extraños e incontrolables y mi mente nublada aún por el recuerdo abrumador que sus palabras han provocado.
Camino hasta la puerta cojeando, abro el coche y me acomodo en el asiento. Cuando me siento a salvo encerrada en mi coche y tras asegurarme de que no hay nadie cerca, acaricio mi sexo pensando en sus besos, hasta que la corriente del clímax relaja mi cuerpo de la tensión que yace acumulada gracias a él.
Temblando por la ira y los espasmos del orgasmo que aún permanecen en mi cuerpo, maldigo a Pedro Alfonso, por ser tan imperfecto y a la vez tan perfecto para mí.
Suscribirse a:
Enviar comentarios (Atom)
No hay comentarios:
Publicar un comentario