domingo, 3 de diciembre de 2017
CAPITULO 27 (PRIMERA HISTORIA)
El viaje hasta la playa fue tranquilo, relajante. No iba demasiado deprisa, por lo que me permitió disfrutar del
cambiante paisaje, pasando de la verde y abundante espesura del bosque, a autovías repletas de adelfas, montañas rojizas y al final la exuberante vegetación de la costa, donde la humedad impregnaba el ambiente y el aire tenía sabor y olor a mar.
Llegamos a un restaurante y nos sentamos en la terraza para disfrutar del fresco día y del mar. Las olas nos deleitaban con su suave y tranquilo ronroneo. Las gaviotas, daban el toque estridente al ambiente que nos decía que estábamos vivos. Y así me sentía yo. Más viva de lo que nunca había estado jamás.
Sabía que debía sentirme culpable por estar con otro hombre, y no pensar en Víctor, aunque nuestra relación, había llegado a un callejón sin salida esperando que algunos de los dos diera el paso definitivo y abriese una
brecha hacia la separación, me hacía sentir mal, formalmente estábamos casados, y yo mientras, disfrutaba con total libertad de otras caricias, otros besos, de otro hombre.
No deseaba engañarme, sabía que Pedro no era un hombre para mí, el nunca dejaría a su mujer y yo nunca se lo pediría
Cuando comenzó ésta extravagante aventura, yo era consciente de que él no era un hombre libre, al igual que yo,
pero ya fuese por su insistencia, o porque pareciese saber que necesitaba con tanta exactitud, me había calado hondo. Demasiado.
Estaba temiendo, que tal vez, había vuelto a entregar mi corazón a la persona equivocada, y ésta vez, acabaría hecho jirones tan minúsculos, que no sería capaz de recuperar ninguna parte de mí.
Él, para bien o para mal, cambiaría a la persona que había sido hasta ahora.
– Estás distraída – dijo suavemente.
– Sí, enredada en mis pensamientos.
– Piensas en Víctor- afirmó.
– Sí.
– Te sientes culpable.
– Me siento culpable, por no sentirme culpable.
– No lo hagas, no hacemos nada malo.
– Pero estamos engañando a nuestras parejas.
– No te preocupes de eso. Quizás, se lo merecen.
El tono de sus palabras sonó despectivo, casi como si de verdad pensase qué. Lo que hacíamos estaba bien y que
ellos se lo merecían.
El camarero llegó a tomarnos nota.
Pescado fresco, cómo no. Una fuente entera de pescado variado. No puse ninguna objeción a la orden de Pedro.
En realidad, era lo más adecuado.
El camarero regresó con una botella de vino blanco. La verdad es que necesitaba un trago. De repente un nudo se
había formado en mi estómago. Estaba comportándome de una manera muy poco propia de mí, pero, aunque quería huir, no podía. Pedro ejercía una influencia y atracción sobre mí, que nunca antes había experimentado, ni siquiera con el maldito bastardo que tanto daño me hizo años atrás.
Víctor me había encontrado hundida y sola, y a pesar de mis insistentes ruegos de que se alejase de mí, de que era
imposible que amasé a nadie más, Víctor no se rindió.
Nos casamos. Me casé con el que se había convertido en mi mejor y único amigo, pero nunca hubo amor y él lo sabía. En eso, fui sincera, aun así, el deseaba convertirme en su esposa. El sexo, no era algo excitante, y placentero hasta límites desbordantes como lo era con Pedro. La verdad es que era una relación escasa en ese sentido.
Todo empeoró cuando los niños tan ansiados por él, no llegaban. Yo no los deseaba, no me encontraba preparada para ser madre, aunque Víctor pensaba que todo se arreglaría con la llegada de niños.
Aun así, cuando no conseguí quedarme embaraza, fue una decepción incluso para mí, lo cual fue una sorpresa.
Desde ese momento, la cosa fue a peor. Y ahora, la verdad no sabía en qué estado se encontraba mi relación con él. Me había mentido, y eso era algo que no deseaba perdonarle, pero ahora, la que le mentía y además engañaba, era yo. Todo era confuso, porque aunque debía estar arrepentida y pidiendo perdón, lo que deseaba realmente era estar con Pedro, un poco más. Sólo un poco más, me divertiría y sería feliz con él, un poco más. Después de todo, me quedaba toda una larga vida, para ser infeliz junto a mi esposo.
Víctor no estaba en casa, así que contaba como una especie de ruptura o de descanso en la relación, mientras se arreglara, seguiría sintiéndome viva junto a Pedro, ya tendría tiempo de volver de nuevo a mi tumba en vida.
Eso significaba Víctor para mí, y me apenó sobre manera darme cuenta de ello.
Pedro me miraba fijamente. Me había vuelto a perder entre mis pensamientos.
– Estás ausente hoy.
– Lo sé, demasiados acontecimientos últimamente
– ¿Buenos, o malos?
– Un poco de todo, pero sobre todo buenos – sonreí
– Entonces me alegro, de ser el causante.
– ¿Cómo se puede tener un ego tan inmenso como el mar?
Él se rió a pleno pulmón. Esa risa que me encantaba, suave y algo ronca. A veces notaba como sus ojos de diferente color, sonreían también, y podía ver entre las arruguitas que se formaban en sus ojos, al niño que una vez fue.
Pude ver al pequeño Pedro enamorado de una chica mayor, mirándola así, risueño, mientras esta abusaba de su poder sobre él para ordenarle hacer sus tareas.
El camarero nos trajo la comida. El pescado estaba delicioso. Había rosada, mero, lenguados, pulpo, gambas y
almejas.
Todo estaba delicioso, y tenían ese sabor de pescado recién cogido tan característico, a mar. Nos terminamos la botella de vino y pedimos de postre café y un trozo de tarta selva negra.
Sentí que iba a explotar. Había comido muchísimo, pero después del ajetreado curso de conducción en moto, no
era para menos.
Por más que tenía de él, no parecía ser suficiente y mi cuerpo no se avergonzaba de exigir más, con sólo el recuerdo que me evocaba la mente de la mañana pasada, mis muslos estaban empapados.
Lo deseaba. De una forma casi enfermiza, lo deseaba.
Paseamos por la orilla de la playa, charlando como viejos amigos, observando el mar en calma, el sol tratando de
brillar entre las espesas nubes.
Pedro, entrelazó su mano en la mía Y me apretó con fuerza. En algunas ocasiones, mi corazón palpitaba de amor por este hombre, y las mariposas luchaban por escapar con su aleteo escandaloso.
Pero no podía permitirme la dicha de que mi corazón volviese a latir con fuerza por otro hombre. El amor no traía
nada más que problemas y dolores de alma.
El me besó suavemente, con las manos entrelazadas y cuando terminó, su frente quedó apoyada sobre la mía
Noté cómo su cuerpo irradiaba calor. Me pregunté si ese calor lo habría iniciado yo.
–Paula – me susurró – Paula...
Y mi corazón volvió a latir desbocado.
Tal vez, me había arriesgado demasiado. Tal vez, era tarde para tratar de no enamorarme. Tenerle así, junto a mí,
hechizada por sus ojos, y jadeando tan sólo por un suave beso, tan atractivo, tan viril y al mismo tiempo, escuchando los latidos de su corazón, que sonaban confusos por mí cercanía, tan frágil, y a la vez tan fuerte... Era una combinación demasiado mágica, como para poder resistirse.
Suscribirse a:
Enviar comentarios (Atom)
No hay comentarios:
Publicar un comentario