sábado, 25 de noviembre de 2017
CAPITULO 2 (PRIMERA HISTORIA)
Pasan los minutos, estoy nerviosa, no me gusta faltar al trabajo, sé que se las arreglaran sin mí por supuesto, pero me gusta lo que hago. Mis dedos tamborilean una melodía gastada y sin sentido, contra el tablero de madera oscura y vieja de la gran mesa.
Miro a mi alrededor. La gran silla de cuero negro, tiene un agujero de cigarrillo, así que el Capitán fuma. También veo escondida entre algunos libros de derecho, una botella de Chivas. Al “Capi” también le gusta beber, y junto a la botella, colocada de canto imitando a un libro, hay una caja de madera, en la que sospecho, hay Habanos.
Puros, lo que le faltaba. Por lo tanto, si mi instinto de Sherlock no me falla, el Capitán es un tipo viejo, gris y amargado que bebe a escondidas en el trabajo para olvidarse un poco de su triste y aburrida vida. Seguro que su gran barriga no le deja verse los pies.
– ¿Interrumpo? – susurra una voz a mi espalda.
Me han pillado “in fraganti”, frente a la caja de puros.
Hoy no es mi día, definitivamente, no lo es.
¿Por qué me habré levantado de la cama? Mejor hubiera estado en ella, arropadita entre las sabanas y las mantas.
– Lo siento – digo mientras me giro – no pretendía ser...
No.
No, no. No. No. No. Y mil veces no.
– ¿Qué demonios haces tú aquí? ¿Tan pronto te han detenido? ¿O es qué has decidido amargarme el día entero aún más y vas a perseguirme por todos los lados?
Esto es de broma, no puede ser que el destino sea así de cruel. Me sigue castigando, maltratando cada día de mi vida, y así va a continuar hasta enterrarme.
Siento ganas de gritar, de llamar a alguno de los jóvenes civiles que andan atareados por ahí, dando vueltas.
–No, tan sólo, vengo a tomar nota de una denuncia por accidente de tráfico, con fuga incluida – comenta mientras se sienta tras la mesa.
– No. No es posible, ¿tú eres el Capitán? – digo sin poder creer lo que veo.
El me mira con las manos juntas, apoyando sus dedos índices sobre su boca y sonriendo mientras me mira de nuevo de arriba abajo.
– Capitán Alfonso – se presenta – A sus órdenes, señorita – dice mientras me saluda al estilo militar.
Me lo susurra de manera tan suave, que mi vello se eriza.
Es un tipo engreído, sabe que es guapo, y no le importa jactarse de ello.
– Señora – le digo sonriendo de forma cruel.
Si quiere jugar al gato y al ratón, no le voy a dejar creerse el gato.
Muy a mi pesar, el dato no parece desanimarle.
– Mejor – me susurra de nuevo – menos complicaciones.
Noto como mi cara se enciende por la rabia. Ese hombre me saca de quicio, y al parecer, se divierte con ello.
– Quiero mi coche como nuevo – mi voz suena pastosa debido a la gran cantidad de veneno que destilan mis palabras.
– Ya te lo he dicho antes, toma un café conmigo, y entonces arreglamos el asunto.
– No voy a tomar café contigo. Soy una mujer casada, ya te lo he dicho.
– Yo también estoy casado. Sólo es un café.
– Dale la enhorabuena a tu mujer.
– Lo sabe.
– Qué gilipollas.
– Eso es desacato a la autoridad.
– Muy bien, llévame al calabozo. Espósame. – sugiero mientras pongo mis manos ante él, unidas y con las muñecas hacia arriba, en señal de rendición.
– Créeme, que me muero de ganas por meterte en un calabozo, y esposarte a los barrotes.
¿Éste hombre es tonto? ¿No le importa ser un imbécil arrogante? ¿Es que no tiene vergüenza? Claro que no. Ni la tiene, ni la ha conocido. ¿Cómo puede un hombre casado decir esas cosas descaradas a una mujer, que también está casada? Porque es un mujeriego y su pobre mujer tiene que tener miles de cuernos, más cuernos que en los San Fermines. Pobre, será muy desdichada, al menos, yo lo seria casada con un hombre así.
– Me gustaría conocer a tu mujer.
– A ella le gustaría mirar.
– Eres un cerdo.
– Lo sé, pero a ti te gusta- me dice en voz baja, pegando sus labios a mi oído. No sé cómo se ha acercado de nuevo a mí de esa forma tan acelerada. Lo tengo justo a mi lado, ocupando mucho espacio. Me pongo nerviosa, sudo de nuevo por las palmas de las manos. Nunca antes, me había visto en una situación tan delicada. La verdad, es que al estar casada pensaba que estaba a salvo, pero al parecer aún me quedaba un cretino más por conocer.
– Lo siento, pero no, no me agrada, me desagrada. Estoy incómoda, y más sabiendo que eres el Capitán de la Guardia Civil. Por favor, rellenemos el parte amistoso, y cada uno por su lado.
– No puedo.
– ¿No puedes qué?
– Dejarte ir.
– Pero que tonterías dices, si no me conoces.
– No me importa. Te deseo.
Te deseo. Lo dice como si nada. Desde luego no se anda con rodeos.
– Pues yo a ti no. Sólo quiero tu parte amistoso y adiós muy buenas.
– Mientes.
De nuevo lo tengo cerca, muy cerca. Su nariz de repente aspira el aroma de mi cuello, y una de sus manos, atrapa uno lo mechones de mi pelo para acariciarlo.
No entiendo, por qué causa ese efecto hipnotizador sobre mí, soy incapaz de defenderme, de moverme, de ver o pensar algo más allá de él. De ese imbécil que me saca de quicio y me excita de forma indecente.
– Te mueres de ganas de estar en el calabozo, esposada a los barrotes, mientras yo te hago el amor de todas las maneras que se me ocurran, torturándote con la espera.
Quiero hablar, decir algo, pero no puedo. Tengo la garganta seca, y la entrepierna húmeda. ¿Por qué demonios este tipo me parece tan sensual? Si es un cretino...
Su mano, ha dejado mi pelo, y ahora me acaricia la espalda.
Su boca, roza, sutilmente mi cuello, ha sido tan rápido, que no estoy segura de si han sido sus labios o su lengua.
Nunca antes en mi vida, había sufrido un ataque tan directo, algunas insinuaciones leves, algunas miradas, pero no de esta manera. Es que le da igual todo, dónde estemos, quién pueda vernos, es un pervertido descarado.
Abro los ojos, dispuesta a protestar, a decir algo conveniente, y entonces su boca se cierne sobre la mía, y ante mi sorpresa, él me introduce su lengua en mi boca. Me besa de una forma desgarradora, está vacío, lo siento por la necesidad que se desprende de esa manera de besar. En realidad, es un hombre infeliz, que necesita el amor. No siente ni tiene amor, por eso parece tan frio, tan frio como el hielo, porque no sabe qué es el amor. Tan sólo el deseo, la pasión, sí, pero no el amor. Igual que yo. Sé que significa ese beso, porque yo misma me siento árida, seca y vacía por dentro, y en algún momento de mi vida, también buscaba desesperadamente el amor en cada hombre que se acercaba a mí, pero de la manera equivocada, como él.
Poso mis manos en su pecho, al menos su corazón late, quizás no esté perdido del todo, tal vez, su mujer pueda devolverle algo de calor a ese frío cuerpo.
Me recuerda tanto a mí misma, que sin darme cuenta, le devuelvo el beso, de la misma forma desgarrada que él me besa a mí.
Nos enredamos el uno en el otro, me pierdo por un segundo, olvido todo, a todos, y vuelvo a ser aquella niña alta, delgada y desgarbada a la que todo el mundo gastaba bromas desagradables, aquella que creyó y se convenció a sí misma, que nunca podría ser amada, que no lo merecía. Y le beso sin importarme nada más que salvarle. Sí, deseo salvarle de ese infierno frio en el que se ha condenado a vivir, y que trata de calentar por todos los medios.
Mi móvil comienza a sonar. Eso nos devuelve a la realidad.
Por un instante, al mirarnos a los ojos, lo veo.
La llama de la esperanza, tal vez, pueda salvarse, pero ha de entender, que su salvación no soy yo, qué es su mujer.
Miro la pantalla del teléfono, es mi marido.
– Mi marido – susurro.
Rechazo la llamada, más tarde le llamare y le contaré todo lo sucedido, bueno, todo no. La última parte me la saltaré.
– Vete – me dice en voz baja y seria.
– El parte – le pido igual de seria.
– Ya te lo he dicho varias veces, llámame y te lo daré, sólo quiero un café.
– ¿Sólo? No lo parece – le digo molesta, y con su sabor aún fresco en mis labios.
– En una cafetería llena de gente, no puedo causarte ningún daño.
– No estoy muy segura de eso – digo sinceramente.
– Eres muy inteligente – me contesta sonriendo.
No sé qué mes decir, así, que me giro y me dispongo a abandonar el lugar.
– Llámame, tan sólo deseo un café. Por favor – su voz suena sincera, la primera vez en todo el día.
Le vuelvo a mirar, por un momento, parece abatido, como si de verdad desease tan sólo tomar un café en mi compañía y nada más.
– No puedo – contesto, y de nuevo estoy siendo sincera con él.
– ¿Cómo te llamas? Al menos eso puedes decírmelo, ¿no?
– Paula.
– Hermoso, como tú.
– Deberías guardar esas palabras para tu mujer.
– A ella no le importan, no las quiere, nunca las quiso.
– Entonces, ¿por qué casarse?
– Dímelo tú.
Me ha pillado, de nuevo, no sé qué decir. Él tiene razón. Yo también me casé, sabiendo que no iba a ser feliz.
– Pedro.
Le miro desconcertada.
– Ese es mi nombre. El parte amistoso – continúa mientras tiende los papeles hacia mí.
Estoy sorprendida, al final, ha accedido, además, estaba relleno por completo, a excepción de mis datos.
Asiento con la cabeza, a modo de agradecimiento y de nuevo me giro para marcharme.
– Paula... – me llama – estaré esperando tu llamada.
Espera sentado, pienso, pero no se lo digo.
Suspiro y continúo con mi caminata.
Salgo de allí a toda prisa. Necesito aire fresco, poner distancia entre ese extraño hombre y yo.
Estoy asustada.
Aterrada.
Es la primera vez, que sé, que hay una persona que puede hacerme caer del lado equivocado.
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