martes, 28 de noviembre de 2017

CAPITULO 12 (PRIMERA HISTORIA)





Cuando me hube tranquilizado, subimos al coche, hacía mucho frio afuera, y ninguno de los dos íbamos vestidos para esa bajada de temperatura tan brusca.


– Nunca te haría daño – susurró.


– Sí, ya me lo estás haciendo.


– No es cierto.


– Lo es, me estás ofreciendo algo que nunca será real, eso me duele.


– Puede ser real, sólo pídelo.


– No, nunca te voy a pedir que abandones a tu mujer.  Además tan sólo hace unas horas que nos conocemos.


– No necesito más tiempo para saber que eres lo que quiero.


– No digas más esas cosas, por favor. Nunca más me digas eso. Si quieres que sigamos viéndonos, no puedes decir eso. Nunca más.


– Está bien. Nunca más. Entonces, ¿voy a volver a verte?


– No lo sé, puede.


– Suplicarás, hoy lo has hecho, sólo que no lo has gritado.


– No lo he hecho.


– Tu cuerpo lo ha hecho por ti, tu mirada, tu anhelo. Lo he visto, pero quiero que me grites que te devore.


– Nunca lo haré.


-- Acabarás claudicando.


– Siempre tan seguro de todo.


– Hasta ahora, no me he equivocado.


El camino de vuelta es silencioso. No puedo dejar de mirarle, de querer más de él, incluso pienso en un par de ocasiones de flaqueza en suplicarle que me haga suya de nuevo. Sigo con ganas de más, ahora, con la promesa real de lo que me puede llegar a hacer sentir, siento más anhelo aun. Tal vez me he equivocado.


Llegamos al Cuartel, al parecer ese va a ser nuestro punto de encuentro, aunque no me guste. Bajamos del coche.


Nos cruzamos de nuevo. Pedro, agarra mi cintura. Acerca su boca a la mía y me susurra.


– Me ha encantado el postre.


Las rodillas me tiemblan de nuevo, la respiración se transforma en un jadeo. Este hombre me tiene hechizada.


Le miro a sus increíbles ojos de diferente color. Recuerdo lo que ha sucedido entre ambos y noto un leve rubor en mis mejillas. Él lo advierte y sonríe.


Me da un beso suave en los labios, que de nuevo me hace desear más de él.


– Pedro – susurro cuando se aleja.


– ¿Si? – dice dándose media vuelta con la esperanza dibujada en su atractiva cara.


– Yo...no he tomado nada de postre.


Él sonríe más aún. Esa sonrisa oscura y traviesa que va siendo tan familiar.


– ¿Y que deseas de postre? – pregunta interesado.


Sé, lo que quiere que pida, que me arrastre al calabozo y sigamos con la noche, pero no lo haré. No le suplicaré, me mantendré firme, al menos, mientras pueda, porque comienzo a pensar, que tal vez, él consiga hacerme bajar aún más la guardia, y perderme entre sus brazos sin pensar en las consecuencias.


–Deseo ver tu pecho desnudo.


Es una cosa sencilla, simple y su rostro muestra decepción.


Sin duda, no era lo que esperaba oír.


Me muerdo el labio inferior y miro hacia el suelo, estoy algo avergonzada por la burda petición, pero Pedro se acerca y me obliga a levantar la mirada hacia él. Se quita la chaqueta, después, se saca el jersey. Puedo ver su pecho, no está depilado, encuentro un poco de vello en él. Muy poco. Tiene un cuerpo escultural, los músculos de sus brazos y sus hombros son impresionantes, su pecho firme y su abdomen, parecen esculpidos. Menudo cuerpo guarda bajo la ropa. No puedo resistirme y le acaricio el pecho. El cierra los ojos y se deja seducir por mis caricias. Parece que disfruta con ellas, tanto como yo he disfrutado con las suyas.


– Me da tanto placer tocarte, como que me toques – dice en voz tan baja que parece que habla más para sí mismo, que para mis oídos.


Sonrío. Tal vez, no sea la única que tema perderse en el otro.


– Me gusta tocarte – contesto, y es cierto. Disfruto de su piel bajo mis dedos, acaricio sus hombros, sus brazos, su pecho, y su cintura justo donde empieza el pantalón.


– Si sigues así Paula, voy a llevarte de cabeza al calabozo.


Eso me hace reír de buena gana.


Pedro me mira con un brillo en los ojos diferente.


– Me encanta oírte reír. Me encantas tú.


Me gusta lo que dice, sin pensarlo lo abrazo, dejo que su pecho desnudo y frio se pegue a mi cuerpo oculto bajo el vestido cálido. Es una sensación extraña, el calor contra en frio.


Él gruñe. No sé por qué. Pero no me importa.


– Va a amanecer.


– ¿Qué? – pregunto sobresaltada – ¿Tan tarde es?


– Son las cinco y media.


¡Dios mío! He pasado toda la noche fuera de casa. Miro el móvil. Nada, ni una llamada perdida... ¿Acaso a Víctor no le importa que no haya regresado a casa o tal vez tampoco esté en ella?


– He de irme.


– Yo también. ¡Paula! – me llama.


– Dime Pedro.


– Ten cuidado.


– Lo tendré.


– No, no lo estás teniendo.


– No logro entenderte.


– Creo que te estás enamorando de mí – y sonríe triunfal.


Monto en el coche seria, pensativa. Quizás él tenga razón, pero, ¿puede alguien enamorarse en unas horas? No tengo ni la más mínima idea. De todas formas, aunque así fuese, no llegaríamos muy lejos.



1 comentario: